sábado, 4 de agosto de 2007

MÍSTICA LANZA

No es un tópico, en muchas ocasiones la realidad supera a la más descabellada de las ficciones. No hay muchos novelistas que hubieran podido inventar un argumento en el que uno de los hechos más sangrientos y trascendentales del siglo XX -la Segunda Guerra Mundial- tuviera como uno de sus ejes centrales a un antiguo objeto de poder, una reliquia de categoría solo comparable a la del mítico Santo Grial. Esta es la historia de un hombre, Adolfo Hitler, que presa de un extraño delirio entre místico y mesiánico logra conducir a la hecatombe a todo un continente. Lo que pocos conocen es que esta historia tiene su comienzo en una oscura sala de un museo de Viena, donde un modesto pintor de mala muerte se transmutó en el elegido de los dioses.

En el último capítulo del Evangelio según San Juan se narra la historia de Gayo Casio, el soldado romano que atravesó el costado de Cristo con una lanza. Aquella no era un arma corriente. Se trataba de la lanza de Herodes, mandada forjar por el profeta Fineas como símbolo de los poderes mágicos inherentes a la sangre de los Elegidos de Dios. Una delegación del Templo se había dirigido al Gólgota para quebrar los huesos de Jesús, a fin de que no se cumpliera la profecía que lo señalaba como Mesías. Sin embargo, asqueado del sadismo de los sacerdotes, el militar romano arrancó la lanza de la mano del que los lideraba e intentó proporcionar una muerte rápida al condenado.

En el templo, donde Caifás y Anás esperaban el resultado de su siniestro encargo, el Velo del Santo de los Santos se rasgó de arriba abajo, poniendo al descubierto el Cubo Negro del Antiguo Testamento, cuyos bordes se agrietaban y tomaban la forma de una cruz. Así comenzó la leyenda de Longino, el hombre de la lanza, quien durante un instante tuvo en sus manos el destino de la humanidad. Una leyenda que, llegado el siglo XX, influiría decisivamente en millones de vidas.

La historia de la relación de Hitler con la Lanza del Destino nunca ha sido conocida sin la intervención de Walter Johannes Stein, asesor personal de Winston Churchill en lo referente a la psicología y motivaciones de Adolf Hitler. Stein conocía bien todo el entramado ocultista que se escondía tras la cara aparente del III Reich.

La cúpula dirigente del partido nazi tenía otras motivaciones muy diferentes a las que se revelaron en los Juicios de Nuremberg; allí había cosas que el racionalismo de nuestro siglo no podía siquiera admitir que siguieran existiendo: ocultismo, magia negra, paganismo... La cruz había sido sustituida por la svástica de la misma forma que la religión lo había sido por la magia. Aquí no había solo locura; aquí anidaba el verdadero Mal.

Stein podía comprender bien todo esto por varias razones. Para empezar era uno de los más notables medievalistas de su época y una auténtica autoridad en lo referente a las leyendas griálicas. También, aunque no de manera pública, tenía unos extensos conocimientos esotéricos, imprescindibles para una comprensión adecuada de ciertos textos medievales, en los que el significado aparente y el profundo a veces distan mucho uno del otro. Pero, ante todo, era un profundo conocedor de la leyenda de la Lanza y, gracias a eso, había conocido personalmente a Hitler.

La visión

Desde que tenía quince años, Hitler tenía el convencimiento de que algún día el destino del mundo recaería en sus manos. Años después, cuando era poco más que un vagabundo que dormía en los parques de Viena esas visiones parecían muy lejos de cumplirse. Sobrevivía pintando acuarelas que vendía para tener siquiera algo que comer y, a veces, un cuchitril en la calle Mariahilf donde refugiarse.

Su existencia miserable, sin embargo, chocaba con su apariencia altiva y sus ademanes cultos y educados. No importaban las circunstancias. El era un elegido y lo sabía. Tampoco tenía amigos. Todo su tiempo lo empleaba en estudiar en la Biblioteca Hof ocultismo, mitología nórdica y germana, filosofía y política.

Su pasión llegaba a tal extremo que su evidente malnutrición se debía, sobre todo, a las veces que embebido en sus estudios se olvidaba hasta de comer. La culminación de este proceso llegó cierto día que se encontraba dibujando en el museo del Holfburg, la casa del tesoro de Habsburgo. En su miseria, odiaba profundamente a toda aquella dinastía que públicamente mostraba sus riquezas a quien quisiera contemplarlas.

Cetros y coronas enjoyados no hacían sino despertar una repugnancia que fomentaba adrede. Pero aquella tarde su atención se fijó repentinamente en una antigua lanza, la misma que un centurión romano había clavado en el costado de Cristo y a la que las antiguas leyendas asociaban con el destino histórico del mundo.

Constantino y Otón el Grande estaban entre los conquistadores que la habían empuñado a lo largo de la historia. Hitler se sintió fascinado por el objeto. La lanza de hierro oxidado estaba sobre un lecho de terciopelo dentro de una caja abierta de cuero. Como dijo el propio Hitler: "supe de inmediato que aquel era el momento más importante de mi vida. Y, sin embargo, no podía adivinar por qué un símbolo cristiano me causaba semejante impresión. Me quedé muy quieto durante unos minutos contemplando la lanza y me olvidé del lugar en que me encontraba. Parecía poseer cierto significado oculto que se me escapaba, un significado que de algún modo ya conocía.... Me sentía como si la hubiese sostenido en mis manos en algún siglo anterior, como si yo mismo la hubiera reclamado para mí como talismán de poder y hubiera tenido el destino del mundo en mis manos. ¿Cómo era posible aquello? ¿Qué clase de locura se estaba apoderando de mi mente y estaba creando tal tumulto en mi pecho?".

Hitler se quedó allí, delante de aquella vitrina, hasta que el museo cerró sus puertas.

A partir del día siguiente, el joven Adolfo se convirtió en una autoridad en la materia, estudiando todo lo que caía en sus manos sobre la misteriosa lanza. Estaba como poseído. Acababa de tener una visión mística en la que se veía reclamando para sí la lanza y dominando con ella el mundo. Y aquello tenía lógica, pues el objeto que le había llamado desde su estuche de cuero había estado asociado desde hacía siglos con el destino de la humanidad. Todos los reyes y emperadores que la habían empuñado habían salido victoriosos de sus batallas. Y él no sería menos.

El hombre que eligió el Mal

Dice la leyenda de la Lanza que en ella se encierran los espíritus del Bien y del Mal. No es solamente una cuestión de moralidad, sino que bajo esta concepción dualista se engloban dos maneras bien diferentes de entender el mundo y lograr los objetivos. Tremendamente influido por la filosofía de Nietzche y Schopenhauer, Hitler eligió conscientemente el Mal, renegando del cristianismo para emular al Superhombre anunciado por estos filósofos. Con veintiún años el joven Adolfo había tocado fondo y se disponía a renacer de sus cenizas para conquistar el mundo.
Por aquella misma época Walter Johannnes Stein estudiaba su doctorado en Ciencias en la Universidad de Viena. Al igual que Hitler, era un entusiasta estudioso de la leyenda griálica y de su relación con el objeto que se custodiaba en la Casa del Tesoro. También él sabía que la antigua reliquia había sido talismán de poder de personajes históricos tan importantes como Carlomagno o Constantino.

El joven Stein se encontraba muy lejos de suponer que aquellos estudios algún día le valdrían una orden de arresto por parte del jefe de las SS, Heinrich Himmler, así como la confiscación de sus papeles para engrosar el archivo de la Ahnenerbe, la Oficina de Ocultismo nazi. El origen de esta situación estuvo en el caluroso verano de 1912, cuando se encontraron ambos estudiantes.
Fue entonces cuando Stein, en una librería de lance vienesa regentada por Ernesto Pretzche, tuvo el primer atisbo de la importancia que la lanza tendría en la historia del siglo XX. Buscando material para sus investigaciones dio con una serie de libros sobre el tema cubiertas de abundantes anotaciones que por su nivel intelectual le impresionaron, aunque esa sensación se trastocó en pavor cuando al ir avanzando en la lectura comprobó que se trataba de apuntes de alguien que había adquirido un grado impresionante de conocimientos de magia negra.
La relación entre Stein y Hitler ya nunca terminaría. Stein sería testigo del meteórico acceso de Hitler al poder. En 1938 Hitler cumple su sueño adolescente y por fin toma en sus manos la mítica lanza. Anexionada Austria el desfile triunfal del führer por las calles de Viena sólo tiene una meta: el museo de la ciudad. Allí pasa casi 48 horas encerrado con el objeto de su anhelo. Después coge la lanza trasladándola a un depósito subterráneo antibombas en la ciudad de Nuremberg, la capital espiritual del movimiento nazi.

Hitler y el más allá

Este es el origen de uno de los capítulos más alucinantes de la historia de la Segunda Guerra Mundial. El que afirma que el caudillo alemán debía buena parte de sus éxitos al contacto con entidades sobrenaturales. No se sabe hasta que punto estos rumores son ciertos. Como ya hemos aclarado Hitler era un practicante consumado de las ciencias ocultas y de hecho se rodeó de todo un séquito de expertos en estas lides.

Stein también fue amablemente invitado a formar parte de este grupo. En 1933 fue arrestado por el que más tarde sería jefe de las SS H. Himmler. En los calabozos de la Orden Negra se le intentó coaccionar de todas las maneras posibles para que accediera a formar parte del buró ocultista alemán. Sin embargo, pudo huir y convertirse más tarde en el asesor de ocultismo de Winston Churchill. Él fue la persona que estuvo detrás de toda la guerra mágica que los ingleses dirigieron contra Hitler en el marco de la contienda mundial.

Peor suerte corrió el que por aquel entonces era el vidente más importante de Viena, Erich Hanussen. Su gran pecado consistió en llamar demasiado la atención del paranoico Hitler. Antes del ascenso de Hitler al poder éste había conseguido fama y fortuna a través de sus dotes de las que, que por cierto se sirvieron también los dirigentes del partido nazi.

El 26 de febrero de 1933 Hanussen anunció, en pleno trance, que el parlamento alemán sería destruido por un incendio, vaticinio que se cumpliría 24 horas más tarde de mano de los hombres del partido nazi, que intentaron acusar del hecho a los comunistas. Una maniobra política típica del modo de actuación de los nazis. A Hitler le inquietaba que anduviese suelto un hombre con estas dotes, alguien que se pudiera anticipar a sus planes y, por ende, avisar a sus enemigos, por lo que ordenó a los SS que lo eliminasen. La orden se cumplió el 7 de abril de 1933.

La obsesión de Hitler

La obsesión de Hitler por el tema era de tal calibre que decretó una ley en la cual se prohibían expresamente todos los procedimientos de adivinación. Igualmente organizó una requisa a gran escala de tratados y pergaminos de ocultismo. Por último eliminó sistemáticamente a todos aquellos a los que considerase como una amenaza mágica para su régimen.

Los ingleses gracias al asesoramiento de Stein estaban al corriente de estas peculiaridades dentro del gobierno alemán, y no dudaron en trazar planes para sacar partido de esta debilidad. La magia era el talón de Aquiles del líder alemán, algo que consideraba su gran arma secreta y que, por el contrario, podría convertirse en el motivo de su perdición.

Incluso en algunos momentos de la guerra los aliados se dejaron arrastrar por la locura de Hitler y recurrieron a notables ocultistas británicos para que se pusieran de su parte en esta guerra mágica. Paralelas a las batallas sangrientas que tenían lugar en los campos de Europa, se desarrollaba la única contienda entre magos de la que nos ha quedado constancia histórica.

El caso más notable entre estos es el de Aleister Crowley. El que se definía a sí mismo como la bestia del Apocalipsis demostró ser también un gran patriota que sirvió a su país con lo mejor que tenía, sus conocimientos de ocultismo. Este conocido mago negro efectuó algunos trabajos por encargo del gobierno de su majestad. Existe la anécdota de una emisión en inglés de radio Berlín en la que los alemanes mostraban su desagrado por este hecho:

"Aunque Crowley celebre una misa negra en la catedral de Westminster eso no salvará a Inglaterra". No consta que tal ceremonia tuviese lugar nunca, pero a la luz de los acontecimientos parece que Crowley consiguió poner al diablo de parte de los británicos.
Por su parte Hitler seguía su carrera particular en las artes oscuras recurriendo a todos los medios que tenía a su alcance. Su obsesión por el ocultismo se había transformado en una loca carrera sin orden ni meta en la que ya no sólo corrían peligro su vida y su cordura, sino las de todo el país que le seguía ciegamente como líder indiscutible. Uno de los métodos a los que recurrió fue el empleo de drogas para adquirir estados alterados de conciencia.

Lo que en un principio y usado con mesura es un medio encuadrable en lo válido dentro de las artes mágicas, escapó a todo control en las manos de Hitler. El caudillo alemán se hizo especialmente adicto a la mescalina, gracias a lo cual adquiría frecuentes e intensos trances. Estos estados estaban plagados de intensas alucinaciones en las que decía comunicarse con los "superiores desconocidos".

La corte negra

Nadie se salvaba en la Alemania nazi de estas veleidades esotéricas. El ministro de propaganda alemán Goebbels citaba por ejemplo trozos de las cuartetas de Nostradamus durante sus mítines, a la vez que participaba en las blasfemas ceremonias que celebraba en el más estricto de los secretos la cúpula nazi. Lo que en tiempos fue una nación occidental civilizada se estaba precipitando hacia un extraño e inexplicable abismo, empujada por la locura de sus dirigentes. La irracionalidad y la magia se habían apoderado de un país, por la voluntad de sus líderes y de las sociedades secretas que les apoyaban.

Alemania durante la época nazi fue una isla en todos los aspectos. Teorías tan heterodoxas como la existencia de la Atlántida, cuna ancestral de la raza aria, eran dogmas allí. La religión, la historia, la psicología, incluso la misma física se transformaban a imagen y semejanza del régimen nazi. En el ámbito científico la cosmología oficial dictaba que la Tierra era hueca y nosotros vivimos en su interior. El cosmos era una perpetua lucha entre el fuego y el hielo.
Auténticas aberraciones científicas que sólo tenían el mérito de encajar a la perfección con el pensamiento mágico de Hitler. Estas hipótesis eran creídas hasta tal punto que las trayectorias balísticas de los misiles V2 se trazaban en virtud a tales principios. Lo milagroso fue que algunos de ellos llegaran finalmente a su destino.

Pero el auge y caída del tercer Reich no es fácil de explicar sin hablar de una sociedad secreta de carácter germano y ario era el verdadero poder oculto que se escondía tras la ideología nazi. Un regreso a la magia y la irracionalidad que dominaban el mundo en la Edad Media.

El pangermanismo, el antimaterialismo, el espíritu medieval, aspectos del pensamiento rosacruz, enseñanzas alquímicas y, en general, todo aquello relacionado con la tradición esotérica occidental formaba el bagaje de esta orden. Ellos habían sido quienes alentarían las más descabelladas aventuras de Hitler, desde la captura de la lanza del destino, a las búsquedas del santo grial o el arca de la alianza.

En palabras de un periodista francés de la época: "la hipótesis de una comunidad secreta en la base del nacional socialismo se ha ido imponiendo poco a poco. Una comunidad demoníaca, regida por dogmas ocultos mucho más complicados que las doctrinas elementales de Mein Kampf o del mito del siglo XX, y servida por ritos de los que no se advierten huellas aisladas, pero cuya existencia parece indudable a los analistas de la patología nazi".

Las SS

Quizá el mejor ejemplo de esto sea las SS. Organizadas como una orden de caballería a la antigua usanza, en sus ritos estaba siempre presente un ocultismo casi satánico. De hecho uno de los requisitos para entrar a formar parte de esta elite del nazismo era hacer previamente una declaración de apostasía, en la que se renunciaba de manera categórica a la religión cristiana. La paranoia colectiva de esta época se comprueba en el hecho de que había oficiales de las SS que declaraban que el canal de la Mancha es mucho menos ancho de lo que dicen los mapas.

Para ellos el Universo no era más que una ilusión, y su estructura podía ser modificada por la voluntad de los iniciados. Una idea semejante fue la que llevó a Hitler a mandar a sus tropas a Rusia sin equipo invernal. Pensaba que simplemente con sus poderes místicos podía hacer retroceder el invierno ruso. Era el Imperio de la magia llevado hasta sus últimas consecuencias.
Las SS fueron, además, el vehículo que empleó Hitler para llevar a cabo el más sangriento ritual mágico de la historia: el holocausto judío. Es cierto, aparte de las razones políticas y racistas que animaron esta atrocidad, el exterminio sistemático del pueblo hebreo tenía una razón oculta. Se trataba de un monumental sacrificio humano con el cual Hitler pretendía obtener el poder necesario para llevar a cabo sus ambiciones planes de conquistar el mundo.

¿Qué misterioso poder avalaba la fascinación que Hitler ejercía sobre el pueblo alemán? La respuesta podríamos encontrarla en que encarnaba los mitos subyacentes al inconsciente colectivo de Alemania. Hay quien incluso ve en su potente y demencial oratoria a un hombre poseído por alguna suerte de espíritu maligno.

Nadie sabe cómo de lejos llegó el entramado ocultista del régimen nazi. Cuando los rusos entraron en Berlín se encontraron con un grupo de soldados de las SS que se habían suicidado con unas extrañas dagas. Lo más curioso de todo este asunto es que todos ellos eran de raza tibetana. No llevaban consigo ni documentos, ni insignias. ¿De dónde habían salido? No se sabe, pero lo que sugiere este hecho es que la Alemania nazi también mantuvo alguno suerte de intercambio místico con el Tibet, la capital espiritual del planeta.

El 20 de abril de 1945, el día en que Hitler cumplía 56 años, la compañía C del tercer regimiento norteamericano entra en Nuremberg. Diez días después, el 30 de abril, el teniente William Horn descubre el bunker secreto donde se oculta la lanza. En ese mismo momento en otro refugio en Berlín Hitler se suicidaba metiéndose una bala en la cabeza. A lo mejor tenía razón y su destino si estaba unido a la lanza.

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